martes, 28 de agosto de 2012

El muro de Cualquiera.


El muro de Cualquiera.

Érase una vez un hombre llamado Cualquiera.

Cualquiera, desde niño, había sido muy bien educado. Había recibido de los mejores profesores las mejores lecciones, y de lo mejor, lo más selecto.

Lo único que tenía que hacer Cualquiera era construir un muro. Un muro llamado “vida”. No tenía ni idea de quién le había puesto ese nombre, ni por qué debía construirlo ni quién se lo mandaba, pero todos los demás lo hacían, y él, por lo tanto, también.

Sus padres siempre estaban sobre él vigilando como construía su muro, su vida. Debía ser un muro ejemplar, con una buena base para que no se derrumbase.

Lo que más inquietaba a Cualquiera eran las palabras escritas en cada ladrillo. Recordaba que de pequeño, contenían palabras como “educación”, “respeto” , y cosas por el estilo que no comprendía, pero a medida que su muro crecía y el se hacía mayor, las palabras de los ladrillos cambiaban para hacer de su muro algo digno.

Cuando llegó a la edad adulta, tuvo que poner ladrillos como “trabajo”, “dinero”, “honor”, “fama” y otros tantos que, aunque él no supiese por qué debía ponerlos, le eran impuestos por los demás.

Pues lo importante, y su único objetivo, era construir el muro. Su concentración llegó a tal punto que, construyendo su muro, su vida, se olvidó de sí mismo.

Cualquiera no se acordaba ya de cuándo comenzó a construirlo, y cuándo lo terminaría era un misterio, pues en su muro, su vida, se conoce el presente (aunque se ignore por qué construimos un muro) y el futuro no son más que ladrillos metidos todavía en el saco. Cualquiera ignora qué ladrillo sacará la próxima vez que meta la mano.

Y así, Cualquiera dedicó muchos años a su muro, concentrándose en cada ladrillo, colocándolo con una precisión abrumadora en su justo lugar.

Pero, como siempre pasa, llegó el día en que al meter la mano en el saco, no hubo más ladrillos. Su muro había acabado.

Bajó de la gran escalera que lo elevaba hasta lo alto y admiró qué buen muro, y qué buena vida había construido.

Pero al mirarse a sí mismo en el espejo después de tanto tiempo, no se reconoció: Su pelo había encanecido, su cara estaba llena de arrugas, y sus manos temblaban ahora que no tenían ningún ladrillo que sostener.

Desesperado ante la rapidez con la que su vida, su muro, había pasado, recorrió minuciosamente todos los ladrillos, desde el primero al último.

Eran todos ladrillos muy buenos en el comienzo: “dinero”, “fama”, “gloria”, “poder” y otros tantos que le hicieron tan feliz…Pero en lo más alto del muro había una serie de ladrillos que lo asustaron, pues él no se acordaba de haberlos puesto: “soledad”, “decadencia” y otros tantos con nombres aterradores se alzaban en lo alto, imponentes.

Cualquiera no los había colocado, ellos mismos fueron los que, sin previa invitación, se unieron a su muro, su vida.

Entonces, Cualquiera distinguió en medio de su gran muro una flor marchita cuyas raíces habían conseguido abrirse paso entre los ladrillos. Subió los peldaños de la escalera y la arrancó, dándose cuenta de que tenía palabras escritas en cada uno de sus pétalos podridos: “Amor”, “Amistad”, “Compañía” eran algunos de ellos.

Cualquiera lloró al darse cuenta de que, construyendo su muro con tanta profusión, ignoró por completo esa flor, que había terminado por pudrirse.

Bajó de la escalera, sólo para ver como la flor se deshacía entre sus manos y como su muro, poco a poco, se derrumbaba.

Lloró por todos los años de trabajo, por la dedicación que había puesto a su vida, y por no haberse dado cuenta de que, en medio de los ladrillos que conforman nuestro muro, existe una flor a la que, si no se le hace caso, termina por morirse.

sábado, 25 de agosto de 2012

El diablo.


El diablo

Y grito de nuevo en medio de la noche. Me levanto de la cama empapado en sudor, creyendo que el diablo ha bailado conmigo la danza de la muerte, viéndolo reírse de mi y de mis flaquezas, viéndolo una y otra vez con la misma cara.
La tuya.
Voy a la cocina a por un vaso de agua que me baje el corazón de la garganta, porque está ahí. Siempre que sueño contigo, diablo, está ahí.
Hago deslizar el líquido por mi garganta y mi corazón parece calmarse, parece descender otra vez a mi pecho. Pero es un falso rendimiento, pues en realidad, aunque esté en mi pecho, en mi garganta, o en cualquier otra parte de mi cuerpo va a hacer lo mismo. Latir más y más fuerte hasta estallar.
Vuelvo a la cama, intentando no pensar en mi pesadilla, en mi dulce pesadilla…
Pero es imposible. Mi cuerpo parece tener un mecanismo activado mediante el cual, al roce de las sábanas, la imagen del diablo, la tuya, aparece.
Acabo durmiéndome, como todas las noches, mecido entre los brazos del diablo, mi diablo, tú…
Y te llamo diablo, porque ni el más profundo exorcismo puede hacerte salir de mi cabeza, que es ya, desde el día en que mis ojos jugaron con los tuyos, tu morada eterna.
Diablo, que sé que me has embrujado con tus encantos, te pido que me dejes en paz el pensamiento, o que lo unas junto al tuyo aunque tengan que arder ambos en el averno por siempre.
Porque un siempre, aunque sea en el infierno, junto a ti, diablo amado, se me hace un segundo en el paraíso.

Últimas voluntades de Romeo Montesco.


Últimas voluntades de Romeo Montesco


Hola, querido lector. Tal vez me hayas leído alguna vez, o puede que jamás hayas sorbido ninguna palabra mía…Si este es el caso, te debo la vida.
Como indica el título, me llamo Romeo. Romeo Montesco, pero si lo prefieres puedes llamarme el eterno amante.
Desde el día en que la vi, supe cada uno de mis alientos iba dedicado a esa dama. Supe que gracias a ella vivía, y gracias a ella moría. Supe que mi pecho puede estallar, y que mi corazón late con un ritmo acompasado que, al ser escuchado, no dice otra cosa que no sea su nombre. La he conquistado, y cual mendigo ante un mendrugo de pan he creído hallar en ella, mi Julieta dulce y bella, reposo, dicha y felicidad.
Pero yo soy el día, y ella es la noche. Dependemos el uno del otro para que todo siga, pero como esos astros, no podemos vernos jamás. Aún así, la Rueda de la Fortuna parece girar a nuestro favor, y hemos vencido las leyes de la naturaleza…y del amor. Nos hemos visto, tocado, y amado.
La vida parecía sonreírnos, pero lo fatal siempre anda escondido en alguna parte. Y lo fatal, querido lector, lo fatal eres tú.
Julieta, mi sol, y yo, el girasol que gira a sus pies, hemos sido castigados por nuestro amor prohibido incluso antes de comenzarlo. Como diría yo mismo en el libro, había una fatalidad colgada de las estrellas.
No sé qué habremos hecho mi dulce amor y yo, pero tuvo que ser algo odioso para que fuésemos castigados de esta manera. No puedo decir qué es lo que siente ella al respecto, pues nuestros diálogos están creados desde hace siglos y no podemos salirnos del guión. Eso es lo peor del castigo.
Pero lo que sí sé, es cómo me siento yo. Me he enamorado de un sueño… Ella es un sueño, porque aunque la tenga aquí, apretada contra mi pecho, intentando hacer de nuestros corazones uno, siempre hay algo que me separa de ella. Una pared invisible, un intermediador que decide cuándo acaba el diálogo entre ella y yo… Cuándo las palabras de amor deben cesar. Esa pared eres tú.
Ella, como ya he dicho, es un sueño. Un sueño que tengo siempre, un sueño que sé cómo va a acabar antes de que empiece de tantas veces que lo he vivido, sin que pueda hacer nada por evitarlo.
O tal vez sí.
Querido lector, podría entretenerme miles de años hablándote de lo trágico y doloroso que es vivir lo mismo una y otra vez, pero prefiero que lo imagines tú.
Imagínate cuántas personas han leído Romeo y Julieta. Bien, pues por cada vez que ese libro fue leído, he vivido lo mejor de mi vida, y lo peor. He muerto millones de veces, y ella también, y moriremos otras tantas. Eternamente. Cada vez que alguien lea mi canto de amor desesperado, estaré desesperado.
No sé si me expreso con claridad, y eso me llena de desconcierto, pero lo que quiero decirte, querido lector, lector fatal, pared que me separa de mi Julieta, es bien sencillo: No nos vuelvas a leer jamás.
La razón es simple, pero sus consecuencias graves. Al leer mis amores con Julieta, estás condicionando la historia. Estás haciendo de ejecutor del castigo que llevamos sobre nuestras cabezas.
Si alguna vez el corazón se te llenó de un aire tan cálido que empaña los sentidos y hace estragos allá donde pasa, sabes qué es lo que siento, por lo tanto mi petición desesperada no te parecerá falta de razón.
Mi amor por Julieta es tan verdadero como que tú estás leyendo esto ahora mismo. Sentimos y padecemos, y nuestro tormento debe llegar a fin algún día.
Es por esto que he decidido saltarme el guión un poco, que tras cientos de años amando como amo a Julieta espero me sea perdonado. Me he permitido escribir esta nota, querido lector, antes de caer en los efectos del veneno que me acabo de tomar. Sé que Julieta está ahí viva y que sólo está dormida por la pócima del fraile, que me espera, y lloro porque estando tan cerca está tan lejos…Pero mientras alguien lea nuestra historia, estamos condenados a vivir lo mismo una y otra vez. Para siempre.
Por eso, lector fatal que me condenas a mí y a Julieta a muerte, te pido que este libro deje de ser leído, para que ella, mi dueña y señora, y yo, podamos disfrutar de nuestros amores en paz. Que la historia de Romeo y Julieta sea otra… Una que elijamos nosotros, una en la que Julieta, que es el aire de mis pulmones, y su amante y servidor, puedan vivir su amor hasta el fin del mundo.
Éste es mi testamento.

                                                                                                Romeo Montesco

ROMEO: Brindo por mi amor.

(Bebe.)

¡Ah, leal boticario, tus drogas son rápidas!
Con un beso, muero.

Cae.