La cabalgata.
Caminando por una calle sin nombre, me encontré de frente
con la mayor orgía que había visto hasta entonces. No es que fuese una bacanal
de la carne, pero la aglutinación de gente era espantosa.
Me senté con la predisposición de verlos pasar, y me di
cuenta de que todos bailaban, a un mismo ritmo, la misma música escandalosa y
estridente.
Nada más sentarme, la cabalgata comenzó.
Iban todos vestidos con diferentes colores, formando grupos
de veinte personas que, se suponía, representaban cosas que aún no comprendía,
pero que más tarde entendí.
Lo que más me llamaba la atención era algo que ellos
parecían ignorar: Llevaban todos los ojos vendados con una simple gasa que
podían deshacer en medio minuto., pero nadie parecía querer quitársela. Quizás
estuviesen conformes. Quizás no sabían que la llevaban.
El desfile dio comienzo, y a los bailes desenfrenados y
locos siguieron las “carrozas”, que no eran más que una especie de tabla
sujetada por muchas personas, todas ellas con las vendas en los ojos.
Ante tal espectáculo, mi estupor era enorme. Pero no era más
que el comienzo, pues mis ojos, en su vuelo entre la cegada multitud, no habían
aterrizado aún en aquéllos que se erigían sobre las tablas.
El primer héroe aclamado era un cerdo que guarreaba y gruñía
feliz siendo el jefe de los demás humanos que estaban, por ahora, muy por
debajo de él.
Me pregunté cómo esa gente podía adorar a un cerdo, pero me
acordé al instante de las vendas. No sabían nada de lo que estaba pasando, y mi
impotencia por querer sacarlos de su mentira y no poder casi me hace morir.
El cerdo, lleno de barro, llevaba un cartelito que ponía
“Política”.
La segunda carroza era la del viejo contando sus monedas.
Las contaba una y otra vez, ignorando a los cuatro niños pobres que ocupaban
las esquinas de la tabla. Ese viejo avaro se llamaba “Economía”.
Hubo más carrozas, pero yo no les presté ninguna atención.
Estaba sumido en mis pensamientos.
¿Por qué no se quitan
las vendas y admiran cuán cerda es su política, cuán avara y ruin su economía,
cuán fea su vida..?
Creí en su momento que el cerdo y el viejo eran estúpidos,
que no eran mas que partícipes de esa cabalgata, pero el tiempo me hizo saber
la verdad. Eran los más listos de todos, pues no llevaban vendas, y lo que más
querían era que nadie se las quitase para proseguir con su cabalgata hasta más
allá del horizonte.
Me indigné, y justo cuando iba a gritarles a todos lo
estúpidos que eran, vi la última carroza. Era la mía, pues yo, con mi venda, te
cargaba sobre mis hombros, sin saber cuánto daño me hacías.
Después de ver la carroza, me di cuenta de que la verdad era
más dolorosa que la mentira, así que me uní a ellos en su danza estúpida, en su
cabalgata…
Deslicé la gasa y todo ante mi se volvió negro, pero más
fácil y sencillo. Bailé como nunca, participando de esa gran mentira que
manteníamos todos por voluntad propia.
Cuán fácil es ponerse una venda y cuán difícil
es quitársela
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