Tijeras
Estás aquí conmigo, y un algo que no sé cómo describir nos
rodea de la cabeza a los pies, serpenteando alrededor de nuestros cuerpos de
abajo a arriba, estrechándonos el uno contra el otro. Tiemblo, y tus ojos se
clavan en mi como dardos, acertando de lleno en no sé que sitios que una vez
atacados permiten que te mire como nunca antes lo había hecho.
Sé, pues ambos lo sabemos desde hace tiempo, que ésta es tu
última noche. Has venido a mi, con no me acuerdo qué excusa, sólo para estar en
completa mudez, cerca, muy cerca, y cada vez más cerca de mi.
Un silencio que grita y chilla nos envuelve. Hago bailar mis
ojos un vals entre tus clavículas, tu cuello, tus labios, tus mejillas y tus
ojos… Tus ojos amarilleados de fumar, esos que, viéndome, compensan el silencio
que nos envuelve.
Suena un piano de fondo, y sus leves notas se meten en mi
corazón, echando de ahí a las palabras que siempre te quise decir. Es el
momento de decirlas.
Abro la boca para hablar, y tú sacas tu mano del bolsillo y
la posas sobre mi hombro. Su calor se extiende y sale a relucir en mis
mejillas, provocando en ti cierta duda. Me callo.
Ese algo que nos envolvía y nos estrechaba hasta hace un par
de segundos está formando ahora un lazo sobre nuestras cabezas. No le cuesta hacerlo,
lo hace con gracia y estilo, alimentándose de eso que tú y yo sabemos y que
ahora es el momento de hacer.
Tu mano sigue todavía en mi hombro, muerta, testigo de todo
lo que nos une, de nuestros sentimientos, de aquello que lleva años encerrado
en una cárcel que tú y yo, con nuestro silencio, hemos construido.
Me abrazas de repente, colmando toda la situación de una
felicidad ahogada. El lazo, que ambos deseábamos desde hace mucho, estaba ya hecho sobre nuestras cabezas.
Son los tres segundos más felices de mi vida, pero te alejas
de mi, y el lazo se afloja un poco, pero no lo suficiente como para no sentirte
aquí conmigo.
Te alejas otro paso, y el lazo está casi desecho, pero
resiste pese a todo. Tus ojos me miran con sentimiento reprimido, y yo te miro
como un condenado a muerte mira a la guillotina: con todo el miedo a que una
parte que es tan mía como mi cabeza, pues es dueña de ella, se separe de mi
para siempre.
El piano sigue tocando, pero ya no es más que una melodía, y
nuestros ojos se encuentran tan brillantes de lágrimas que casi no nos vemos.
Vuelves a acercarte a mí, con una energía y una
determinación que me asusta, y te quedas a menos de un centímetro de mi cara,
explorando mi alma con tus pupilas. Nuestros labios están separados por sólo un
suspiro de distancia. Puedo olerlos, puedo verlos temblar…Pero todavía no puedo
tocarlos.
Entonces, miro al suelo y veo el lazo, nuestro lazo, tirado
en el suelo, rasgado y masacrado por una tijera casi tan invisible como el
propio lazo.
Vuelvo a mirarte, y tus labios, tan cerca de mi boca, rompen
mi corazón con un “adiós” que sirvió de tijera antes, incluso, de pronunciarlo.
Me siento vacío de repente, pues todos aquellos años
contigo, todo mi amor, todo lo que llenaba mi existencia, mi deseado lazo, está
desgarrado ahora en el suelo.
Te das la vuelta, y te vas sin mostrar vacilación alguna.
Veo tu espalda atravesar la puerta y quiero correr tras ella… Pero me quedo en
mi sitio, enredado entre los retales de nuestro lazo, llorando por la muerte de
algo que nunca vivió.
me mató :( me encanta de verdad !!!
ResponderEliminar¡Gracias!
ResponderEliminar