El diablo
Y grito de nuevo en medio de la noche. Me levanto de la cama
empapado en sudor, creyendo que el diablo ha bailado conmigo la danza de la
muerte, viéndolo reírse de mi y de mis flaquezas, viéndolo una y otra vez con
la misma cara.
La tuya.
Voy a la cocina a por un vaso de agua que me baje el corazón
de la garganta, porque está ahí. Siempre que sueño contigo, diablo, está ahí.
Hago deslizar el líquido por mi garganta y mi corazón parece
calmarse, parece descender otra vez a mi pecho. Pero es un falso rendimiento,
pues en realidad, aunque esté en mi pecho, en mi garganta, o en cualquier otra
parte de mi cuerpo va a hacer lo mismo. Latir más y más fuerte hasta estallar.
Vuelvo a la cama, intentando no pensar en mi pesadilla, en
mi dulce pesadilla…
Pero es imposible. Mi cuerpo parece tener un mecanismo
activado mediante el cual, al roce de las sábanas, la imagen del diablo, la
tuya, aparece.
Acabo durmiéndome, como todas las noches, mecido entre los
brazos del diablo, mi diablo, tú…
Y te llamo diablo, porque ni el más profundo exorcismo puede
hacerte salir de mi cabeza, que es ya, desde el día en que mis ojos jugaron con
los tuyos, tu morada eterna.
Diablo, que sé que me has embrujado con tus encantos, te
pido que me dejes en paz el pensamiento, o que lo unas junto al tuyo aunque
tengan que arder ambos en el averno por siempre.
Porque un siempre, aunque sea en el infierno, junto a ti,
diablo amado, se me hace un segundo en el paraíso.
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