miércoles, 17 de abril de 2013

Negro.

Sólo hay negro, negro y silencio. Arriba, sobre mi cabeza, bajo mis pies, a la izquierda, a la derecha, me giro yo todo es negro…y silencio. Levanto los ojos y miro a la tenue luz que se filtra por la ventana, y sólo sirve para alumbrar la negrura de mi alma. Negro, todo negro. Es curioso como en la noche se termina amando la tormenta, pues sus rayos y truenos son la única luz y la única música…negro, todo negro…y silencio.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Soledad.


Soy joven, y me siento viejo, como si llevase toda una vida esperando algo que no se digna a llegar. Espero, aguardo, contemplando la negrura del cielo mientras el frío me cala los huesos. Me pregunto no sé ni el qué y no hallo respuestas, o las hallo todas. No lo sé. No importa.
Tengo la sensación de que estoy solo, de que siempre lo he estado y de que siempre lo estaré. Es una sensación familiar, la soledad como única compañía en mi vida. Recuerdo que al principio le tenía miedo, luego me acostumbré a ella y me fue indiferente e, incluso, llegué a enamorarme de ella. Uno se enamora de lo único que conoce en esta vida.
Y entonces llegas tú, tan diferente a mi, tan vivo…y te pido a las dos de la mañana, asomado a la ventana y mirando al infinito, que me salves, que me rescates de la soledad de la que me he enamorado.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La nada muerta.

Sólo una vez, y ya pasó.
Fue efímero, y murió.
Mi ignorancia lo estranguló,
con manos de sangre que lloran
por lo que ¿fue? y no pasó.
Mi corazón ríe a destiempo,
y baila a un solo compás.
Se da cuenta, tarde ya, del luto que lo envuelve
fuera de hora y con horror.
Llorando, entierra algo que no vivió.
¿Se puede ser el viudo de lo que nunca existió?

viernes, 19 de octubre de 2012

domingo, 30 de septiembre de 2012

Humo.

 
Humo

Está todo a oscuras. Sólo existen, en ese momento, la silla sobre la que me siento y el paquete de cigarros.
Con mano temblorosa, deslizo mis dedos dentro del bolsillo del pantalón y saco la cajetilla. La abro, rozo con la yema el filtro de cada cigarrillo y escojo uno al azar, tirando la cajetilla sobre el alféizar de la ventana.
Coloco el cigarrillo entre mis labios, no sin dificultad debido al temblor de mis manos, e intento encenderlo.
Me doy cuenta de que el mechero está dentro de la cajetilla, y maldiciendo me levanto y me siento en el alféizar.
La luna brilla como nunca antes había brillado para mi, pero también es verdad que nunca antes me había parado a contemplarla como ahora. Antes tenía cosas que ocuparan mi mente, y ahora no tengo nada más que una cajetilla de cigarros.
Lo enciendo, y un humo leve y fino empieza a salir de la punta. Con la primera calada, se produce en mi un efecto de inhibición, provocado por la sensación del humo en mi garganta, que hace que mi mente divague por mi vida como el humo por el aire. Y con las demás caladas veo mis problemas flotar ante mi.
Ella, el despido, mi pasado, mis secretos, mis miedos…Todo forma una
espiral ascendente de humo, que exorciza mis lamentos más íntimos y los eleva en el aire tras arrastrarlos desde mi corazón a través de la garganta.
En ese instante, cigarrillo en mano, mis problemas me parecen humo fino que se eleva hacia la luna y me abandonan esta vez para siempre, de verdad, tranquilo…
Pero algo quema en mi mano, la miro y me doy cuenta de que el cigarrillo se ha consumido. Lo apago apretándolo contra la pared, y el leve humo que flotaba se va convirtiendo en nada…Pero los problemas, al apagar el cigarro, caen otra vez sobre mi desde la luna.
 Lloro, saco otro de la cajetilla y lo examino. Me digo a mí mismo que tengo que dejar de fumar y lanzo el cigarrillo por la ventana preguntándome si yo caería también así de rápido.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Tijeras.

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Tijeras

Estás aquí conmigo, y un algo que no sé cómo describir nos rodea de la cabeza a los pies, serpenteando alrededor de nuestros cuerpos de abajo a arriba, estrechándonos el uno contra el otro. Tiemblo, y tus ojos se clavan en mi como dardos, acertando de lleno en no sé que sitios que una vez atacados permiten que te mire como nunca antes lo había hecho.
Sé, pues ambos lo sabemos desde hace tiempo, que ésta es tu última noche. Has venido a mi, con no me acuerdo qué excusa, sólo para estar en completa mudez, cerca, muy cerca, y cada vez más cerca de mi.
Un silencio que grita y chilla nos envuelve. Hago bailar mis ojos un vals entre tus clavículas, tu cuello, tus labios, tus mejillas y tus ojos… Tus ojos amarilleados de fumar, esos que, viéndome, compensan el silencio que nos envuelve.
Suena un piano de fondo, y sus leves notas se meten en mi corazón, echando de ahí a las palabras que siempre te quise decir. Es el momento de decirlas.
Abro la boca para hablar, y tú sacas tu mano del bolsillo y la posas sobre mi hombro. Su calor se extiende y sale a relucir en mis mejillas, provocando en ti cierta duda. Me callo.
Ese algo que nos envolvía y nos estrechaba hasta hace un par de segundos está formando ahora un lazo sobre nuestras cabezas. No le cuesta hacerlo, lo hace con gracia y estilo, alimentándose de eso que tú y yo sabemos y que ahora es el momento de hacer.
Tu mano sigue todavía en mi hombro, muerta, testigo de todo lo que nos une, de nuestros sentimientos, de aquello que lleva años encerrado en una cárcel que tú y yo, con nuestro silencio, hemos construido.
Me abrazas de repente, colmando toda la situación de una felicidad ahogada. El lazo, que ambos deseábamos desde hace mucho,  estaba ya hecho sobre nuestras cabezas.
Son los tres segundos más felices de mi vida, pero te alejas de mi, y el lazo se afloja un poco, pero no lo suficiente como para no sentirte aquí conmigo.
Te alejas otro paso, y el lazo está casi desecho, pero resiste pese a todo. Tus ojos me miran con sentimiento reprimido, y yo te miro como un condenado a muerte mira a la guillotina: con todo el miedo a que una parte que es tan mía como mi cabeza, pues es dueña de ella, se separe de mi para siempre.
El piano sigue tocando, pero ya no es más que una melodía, y nuestros ojos se encuentran tan brillantes de lágrimas que casi no nos vemos.
Vuelves a acercarte a mí, con una energía y una determinación que me asusta, y te quedas a menos de un centímetro de mi cara, explorando mi alma con tus pupilas. Nuestros labios están separados por sólo un suspiro de distancia. Puedo olerlos, puedo verlos temblar…Pero todavía no puedo tocarlos.
Entonces, miro al suelo y veo el lazo, nuestro lazo, tirado en el suelo, rasgado y masacrado por una tijera casi tan invisible como el propio lazo.
Vuelvo a mirarte, y tus labios, tan cerca de mi boca, rompen mi corazón con un “adiós” que sirvió de tijera antes, incluso, de pronunciarlo.
Me siento vacío de repente, pues todos aquellos años contigo, todo mi amor, todo lo que llenaba mi existencia, mi deseado lazo, está desgarrado ahora en el suelo.
Te das la vuelta, y te vas sin mostrar vacilación alguna. Veo tu espalda atravesar la puerta y quiero correr tras ella… Pero me quedo en mi sitio, enredado entre los retales de nuestro lazo, llorando por la muerte de algo que nunca vivió.

martes, 4 de septiembre de 2012

La cabalgata.


La cabalgata.

Caminando por una calle sin nombre, me encontré de frente con la mayor orgía que había visto hasta entonces. No es que fuese una bacanal de la carne, pero la aglutinación de gente era espantosa.
Me senté con la predisposición de verlos pasar, y me di cuenta de que todos bailaban, a un mismo ritmo, la misma música escandalosa y estridente.
Nada más sentarme, la cabalgata comenzó.
Iban todos vestidos con diferentes colores, formando grupos de veinte personas que, se suponía, representaban cosas que aún no comprendía, pero que más tarde entendí.
Lo que más me llamaba la atención era algo que ellos parecían ignorar: Llevaban todos los ojos vendados con una simple gasa que podían deshacer en medio minuto., pero nadie parecía querer quitársela. Quizás estuviesen conformes. Quizás no sabían que la llevaban.
El desfile dio comienzo, y a los bailes desenfrenados y locos siguieron las “carrozas”, que no eran más que una especie de tabla sujetada por muchas personas, todas ellas con las vendas en los ojos.
Ante tal espectáculo, mi estupor era enorme. Pero no era más que el comienzo, pues mis ojos, en su vuelo entre la cegada multitud, no habían aterrizado aún en aquéllos que se erigían sobre las tablas.
El primer héroe aclamado era un cerdo que guarreaba y gruñía feliz siendo el jefe de los demás humanos que estaban, por ahora, muy por debajo de él.
Me pregunté cómo esa gente podía adorar a un cerdo, pero me acordé al instante de las vendas. No sabían nada de lo que estaba pasando, y mi impotencia por querer sacarlos de su mentira y no poder casi me hace morir.
El cerdo, lleno de barro, llevaba un cartelito que ponía “Política”.
La segunda carroza era la del viejo contando sus monedas. Las contaba una y otra vez, ignorando a los cuatro niños pobres que ocupaban las esquinas de la tabla. Ese viejo avaro se llamaba “Economía”.
Hubo más carrozas, pero yo no les presté ninguna atención. Estaba sumido en mis pensamientos.
¿Por qué no se quitan las vendas y admiran cuán cerda es su política, cuán avara y ruin su economía, cuán fea su vida..?
Creí en su momento que el cerdo y el viejo eran estúpidos, que no eran mas que partícipes de esa cabalgata, pero el tiempo me hizo saber la verdad. Eran los más listos de todos, pues no llevaban vendas, y lo que más querían era que nadie se las quitase para proseguir con su cabalgata hasta más allá del horizonte.
Me indigné, y justo cuando iba a gritarles a todos lo estúpidos que eran, vi la última carroza. Era la mía, pues yo, con mi venda, te cargaba sobre mis hombros, sin saber cuánto daño me hacías.
Después de ver la carroza, me di cuenta de que la verdad era más dolorosa que la mentira, así que me uní a ellos en su danza estúpida, en su cabalgata…
Deslicé la gasa y todo ante mi se volvió negro, pero más fácil y sencillo. Bailé como nunca, participando de esa gran mentira que manteníamos todos por voluntad propia.
Cuán fácil es ponerse una venda y cuán difícil es quitársela